Las invasiones
intensas
Durante dos días, Tucumán fue
zona de guerra. Eran dos los bandos que se enfrentaban: el orden y el caos, la
ley y el delito, la policía y los criminales. Sin embargo uno de esos bandos,
el de los policías, optó por ausentarse, por lo que la población civil se vio obligada a actuar, pero no para restaurar y preservar el orden, sino,
simplemente, para no verse devorados por el delito. Debido a ello una anarquía
caótica reinó en la Capital
provincial y sus alrededores.
En todos lados proliferaron las barricadas. Los vecinos bloqueaban las esquinas con lo que tuviesen a mano
–llegando, en algunos casos, a encender hogueras–, y arrojaban aceite o vidrio
molido en la calle, calculando que si por su zona intentaban circular las motos
que transportaban a los del malón, éstas iban a tropezar, dándole tiempo a la
gente para abalanzarse sobre sus tripulantes con el fin de lincharlos con
palos, piedras, cadenas, machetes y todo lo que pudiesen utilizar.
El grueso de la población
tucumana experimentó el pánico. Pero la actitud de la mayoría no fue
paralizarse, sino intentar detener por sus propios medios a la destrucción que
avanzaba por las calles. El 9 y el 10 de diciembre de 2013, Tucumán fue víctima
de una horda impredecible, y el monopolio de la violencia que posee el Estado
se disolvió entre las miles de manos del pueblo. Tucumán no ardió: directamente
explotó en miles de pedazos.
Crónica de un desastre anunciado
El conflicto, como es sabido,
comenzó en Córdoba, y se produjo un efecto dominó que arrastró a casi todas las
demás provincias de la República Argentina.
Los gobernadores contaban con la salvaje experiencia cordobesa como advertencia
de lo que podía ocurrir en sus distritos.
A Tucumán, la huelga policial
llegó el domingo 8 en horas de la noche. Paul Hofer, un funcionario del
Ministerio de Seguridad Ciudadana de Tucumán, no tuvo mejor idea que minimizar el acontecimiento, sosteniendo que había políticos detrás (apuntó contra el
ucerista José Cano y la frepasista Stella Maris Córdoba) y asegurando que los
que protestaban no tenían legitimidad para hacerlo, ya que en su gran mayoría
se trataba de oficiales retirados o apartados del cuerpo policial. Ignoraba
este incompetente que los gremios policiales están, precisamente, integrados
por esa clase de oficiales, que son los que normalmente promueven y encabezan
las protestas.
El lunes 9 empezó a crecer desde
temprano el rumor de que se desencadenarían los saqueos. Ni lento ni perezoso,
el Gobernador José Alperovich alertó a su familia para que tomen precauciones.
Así fue que la concesionaria de autos León Alperovich decidió dejar de atender
al público y movilizar en caravana sus numerosos vehículos para ocultarlos en zonas seguras, donde serían custodiados por una guardia especial.
Alrededor de las 15 horas de ese
lunes se desató la locura. El golpe fue veloz y sin un patrón previsible:
saqueos en la avenida Kirchner, en la Gobernador del Campo, en la Belgrano , en Lomas de
Tafí, en Banda de Río Salí, en todos lados menos en Yerba Buena y en el área de
las Cuatro Avenidas (aunque también se registraron allí hechos delictivos). El servicio de colectivos fue suspendido y las estaciones de servicio optaron por cerrar sus puertas. Cerca de las 21 la Gendarmería Nacional
comenzó a patrullar la ciudad, pero concentrándose especialmente en las zonas
que no habían sido saqueadas aún, es decir en las zonas monitoreadas por
cámaras de vigilancia y defendidas con hombres de seguridad privada.
El martes 10, bien temprano, se
produjo el saqueo a la distribuidora de Sancor. Allí un vecino filmó la escena patética en la que una madre deja abandonado a su hijo en un coche para ir a robar en los depósitos. La preocupación ante una ola imparable de robos comenzó
a crecer entre la población. Al mediodía empezó a circular el rumor de que los
malandrines iban a sabotear los transformadores de energía eléctrica, para
dejar a la ciudad sometida a la obscuridad y avanzar así sobre el área del
centro. Las redes sociales se hicieron eco de la alerta de catástrofe, y la
gente de esa área decidió salir a la vereda o a los balcones de sus casas con
una cacerola en la mano. A las pocas horas muchos vecinos se habían concentrado
en la Plaza Independencia.
Allí se encontraba el Gobernador Alperovich, el Arzobispo Zecca, representantes
de los policías acuartelados, y varios funcionarios de primera línea del
gobierno provincial negociando una salida honrosa. Furiosa, la gente no sólo
les transmitió su bronca gritando, sino que además vandalizaron los autos oficiales (Alperovich culpó de ello a los miembros de La Bancaria). Encerrados en Casa de Gobierno, el Gobernador y su séquito mandó a un grupo de efectivos policiales a despejar el lugar. Allí empezaron a sonar
los disparos de balas de goma, dos de los cuales impactaron en contra de un
manifestante que quedó ensangrentado, imagen que fue recogida y reproducida por los corresponsales de Todo Noticias que se encontraban registrando la protesta.
La policía reapareció el martes a
la noche, pero el miedo siguió golpeando durante la madrugada del miércoles 11. Miles de vecinos se negaron a dejar las calles y volver a sus casas, temerosos de que surgiesen los
malones de entre las sombras: es que muchos ya habían protagonizado defensas
exitosas de comercios barriales que intentaron ser atacados por los maleantes,
y estaban lo suficientemente envalentonados como para no dejarse doblegar por
la delincuencia. La zona de la Costanera fue un campo de batalla, ya que gente de otras villas se acercaron con la intención de entrar y saquear el lugar, suponiendo que los botines más interesantes se encontraban ocultos en las casillas del lugar. Ya cuando despuntó el alba, el terror comenzó a disiparse y
dejó paso a la bronca generalizada. Vecinos a lo largo y ancho de San Miguel de
Tucumán y localidades aledañas manifestaron su repudio sin tapujos hacia la
fuerza policial (en algunos casos simplemente increpándolos, en otros ironizando contra ellos, y en muchos casos más enfrentándolos con violencia). Tampoco se
salvó de la ira de la gente la señora Silvia Rojkés de Temkin, Ministra de
Educación de la provincia, que aún sin el servicio de transporte público
restituido y con las calles todavía repletas de escombros de barricadas, dio la
orden de que se dicten clases normalmente, obligando a miles de niños y
adolescentes a asistir a las escuelas como si la conmoción ya estuviese
plenamente superada.
Policías, políticos y periodistas: los enemigos del pueblo
En Facebook alguien abrió una
página para escrachar a los saqueadores de Tucumán. Transcurridas 24 horas,
dicha página tenía ya más de veinte mil adhesiones. Eso marcó perfectamente el
sentimiento generalizado de la población tucumana.
El miércoles 11, a partir de las 18, la Plaza Independencia
comenzó a llenarse de gente. Un par de horas después, una multitud había copado el lugar. Muchos de los presentes estaban allí para manifestarse en contra de
la policía por su negligencia de dejar a la ciudad sin protección, otros
estaban para repudiar al gobierno provincial por haber dejado que las cosas se
les escapen de sus manos y haber contribuido al caos, y el resto se había
acercado a la plaza para enfrentar tanto a los policías como a los políticos.
Quienes también sintieron la
bronca del pueblo fueron los periodistas, especialmente aquellos que trabajan
en la televisión local. En plena protesta, fueron reprendidos por la gente que
les recordó que, así como los policías y los políticos se borraron en el
momento más agudo del conflicto, así también ellos no hicieron su trabajo
cuando era el momento más necesario. Es que si algún canal de aire (el Canal 8
o el Canal 10) hubiese puesto un micrófono y una cámara en la Plaza Independencia
el martes por la tarde –suspendiendo la basura televisiva que habitualmente
transmite–, hubiesen gozado de una audiencia enorme y de un poder tremendo, que
hubiese colaborado en gran medida a generar la respuesta política que nunca se
generó. Pero los mercenarios trabajan según la lógica del mercenario: lo que les
importa es el dinero.
Bailando en la obscuridad
Algo que indignó a la mayoría de
Tucumán fue que mientras en la provincia se vivía el caos, la Presidente Cristina Fernández de Kirchner bailaba sobre un escenario en Plaza de Mayo con una cacerola y una cuchara, en una suerte de parodia dirigida directamente en
contra de la gente que había tomado ambos elementos para hacerse oír en la Cuna de la Independencia.
Como es común, la energúmena que
gobierna al país no pidió disculpas ni nada parecido por su exabrupto de
entregarse al ritmo de la danza macabra. Es que para ella era necesario
festejar 30 años de democracia. Aun si todo ardía o se hundía, el circo tenía
que continuar. Ya en ese momento se sabía que los muertos eran muchos (en
Tucumán, al parecer hay cinco muertos, pero el número podría ser mayor), no
obstante ello no fue obstáculo para que la Señora de la “Buena Onda” brinde un espectáculo
bochornoso junto a su equipo de aduladores bien pagados.
¿Cuál ha sido la reacción del
Gobernador Alperovich? El perfil bajo. Hizo una reunión para felicitar a la Gendarmería por su
acción, cambió al Jefe de la Policía
Provincial , anunció que la justicia está ubicando y
persiguiendo a los protagonistas de los saqueos, pero no asumió su
responsabilidad: si en lugar de esconder su patrimonio, firmaba el acta en la
que acordaba la suba salarial de los policías el día lunes, la movida
saqueadora hubiese sido mucho menos dañina o ni siquiera hubiese tenido lugar.
La gente se lo recordó: primero escracharon la sede de una concesionaria de León Alperovich, y luego organizaron manifestaciones directamente ante su domicilio de calle Crisóstomo Álvarez. Le piden la renuncia mientras concurren a las armerías para comprar protección. Temen, porque intuyen que la obscuridad
volverá y los encontrará indefensos.
Francisco Vergalito
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